Francia en el siglo XIX es el primer país de Europa en el que comienza a extenderse la convicción de poder prescindir de Dios, de poder vivir como si no existiera. Precisamente ahí sin embargo, algunas figuras de santos como Teresa de Lisieux, recordaron que el sentido de la vida es precisamente el de conocer y amar a Dios.

Teresa nació en 1873 en un ambiente profundamente creyente. En 2015, sus padres también fueron declarados santos. Recibió por tanto una profunda educación religiosa que pronto la llevó a elegir la vida religiosa en el Carmelo de Lisieux. Allí, gradualmente, aumenta su confianza en Dios y, por sugerencia de la superiora, lleva un diario en el que anota las etapas de su vida interior.

Escribió en 1895: "El 9 de junio, fiesta de la Santísima Trinidad, recibí la gracia de comprender más que nunca cuánto desea Jesús ser amado". Teresa quiso responder al amor de Dios con todas sus fuerzas y su entusiasmo juvenil.

Ella no sabe, sin embargo, que el amor la conducirá por el camino de la privación y la oscuridad. Al año siguiente, 1896, aparecieron los primeros síntomas de tuberculosis que la llevó a la muerte. Más dolorosa aún fue la experiencia de la ausencia de Dios, Teresa, acostumbrada a vivir en su presencia, se encuentra envuelta en tinieblas en las que le es imposible ver ningún signo sobrenatural. Hay, sin embargo, una etapa final completada por la santa. Aprende que a ella, pequeña, se le confía el conocimiento del “caminito”, el camino del abandono a la voluntad de Dios.

La vida, entonces, se convierte para Teresa en un juego serenamente despreocupado porque incluso en los momentos de abandono Dios vela y está dispuesto a tomar en sus brazos a quienes confía en él.

La ceremonia de beatificación se llevó a cabo el 29 de abril de 1923. La solemne ceremonia de canonización el 17 de mayo de 1925. Fue declarada Doctora de la Iglesia el 19 de octubre de 1997.

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